domingo, 24 de mayo de 2020


Misiones Jesuítas del Nahuel Huapi. 

Menos conocidas que las misiones entre los guaraníes son las llevadas a cabo por los Padres Jesuítas en la zona del Nahuel Huapi entre los anos 1670 y 1717. 
Aún existe en la peninsula Huemul, en el lugar donde estuvo la misión, un cementerio, mudo testigo aquellos tiempos, que fue declarado lugar histórico. 
Durante el siglo XVII los españoles del sur de Chile, hacían excur- siones al este de los Andes con el fin de conseguir esclavos entre los aborigenes Puelches y Pehuenches. Estas expediciones se las conoce con el nombre de malocas y se calcula en mas de 14.000 los indígenas hechos esclavos para hacerlos trabajar en las encomiendas. 
Los encargados más conocidos de este vergonzoso y nefasto negocio fueron: Luis Ponce de Leon y los hermanos Salazar.
Como los indígenas se sub1evaron ante estos atropellos, las autori- dades mandaron en varias ocaciones al padre Diego de Rosales, quien consiguió liberar a muchos esclavos y los acompaño a sus tierras logrando apaciguarlos con la promesa de que no se realizarían más malocas. 

Misión del P. Nicolas Mascardi: 

Los españoles volvieron a maloquear rompiendo los tratados de paz logrados mediante los misioneros. Diego Villaroel invadió nuevamente las tierras de los Puelches y Pehuenches llevándose numerosos aborígenes cautivos. El P. Mascardi tras largas gestiones ante el gobernador de Chile y el virrey del Perú consiguió la liberación de los cautivos. Aprendió la lengua Puelche, instruyó y bautizó a muchos de los indígenas liberados. 
Decidió fundar una misión entre los Puelches. Se había hecho muy amigo de una indígena a la que los españoles llamaban “la Reina” porque era muy respetada por sus hermanos de raza. Era esposa de un cacique y se había hecho cristiana. Con “la Reina” y demás indígenas liberados llegó al Nahuel Huapi a fines del año 1670. 
Recorrió la zona y construyó una capilla en la península Huemul junto al lago Nahuel Huapi. Desde allí recorría la zona y pasaba en canoa al lado sur del lago donde vivían los “Poyas”, en cercanías de lo que hoy es Bariloche. La evangelización fue muy difícil ya que los aborígenes eran celosos defensores de sus creencias y tradiciones. No obstante muchos se bautizaron haciendose cristianos. 
Otro propósito de Mascardi era encontrar la “Ciudad de los Césares” que en ese tiempo era intensamente buscada. Con un cacique amigo llamado “Manquehunai” (amigo del cóndor) y otros indígenas bautizados hizo varios viajes por la Patagonia. En sus largas recorridas llegó hasta el estrecho de Magallanes y hasta el centro de la Patagonia donde se encuentra el lago Musters. 
En su cuarto viaje encontró la muerte a manos de “Huillipoyas”  (Poyas del sur). Un grupo de indígenas hostiles los atacó matando al misionero y a sus acompañantes logrando huir solamente dos y otro quedo prisionero. Este, durante la noche, enterró el cuerpo del misionero y posteriormente logró escapar. Más tarde los Poyas cristianos rescataron el cadáver del padre.

Treinta años más tarde llegó a la misión el P. Felipe van der Meeren (Felipe de la Laguna), acompañado por el P. Guillelmo. Construyeron nuevas y amplias instalaciones.
Una epidemia de disenteria atacó a los indígenas quienes le echaron la culpa a la imagen de María, “la Chinura Española” como la llamaban ellos. Creían que hacía enojar al Huecuvu (Espiritu del mal). Desconfiados decidieron matar a los misioneros. El P. Felipe murió envenenado cuando volvía a Chile. 
El P. Guillelmo con perseverancia y astucia descubrió el “camino de los Vuriloches” que solamente conocían los aborígenes y unía la zona del Nahuel Huapi con Chile. Esto le costaría la vida. Temían tal vez que por ese paso llegaran nuevas “malocas de las que tan triste experiencia tenían. Le dieron chicha envenenada cuando visitaba a un cacique enfermo y tres días más tarde el misionero murió en la misión con terribles dolores de estómago. 

miércoles, 22 de enero de 2020

Leyenda del 
AMANCAY

En las orillas de un correntoso río cordille-rano, cuyo nacimiento estaba en un tranquilo lago encerrado entre montañas nevadas, vivía una tribu de indígenas Mapuches.
Quintral, hijo del cacique gustaba recorrer cazando y pescando en la orilla del río y así llegaba hasta el brillante espejo del lago. Fue en uno de esos paseos que conoció a Amancay, quién se enamoró de aquel joven apuesto y valiente, llegando a convertirse este sentimiento en el amor irrealizable, por ser ella de humilde origen. De esta manera fue pasando el tiempo, hasta que un día llegó hasta ellos una epidemia que comenzó a diezmar la tribu, cayendo enfermo el joven indígena.
Ante la imposibilidad de lograr su mejoría, ente-rada Amancay, consultó a una Machi (curandera), quién le confió el secreto para obtener el remedio. El mismo consistía en una infusión preparada con una flor que crecía en las cumbres heladas.
A sabiendas del peligro que corría, pero impulsada por su amor hacia el joven, lanzóse Amancay a la temeraria empresa, logrando su fin.
Ya en el descenso, feliz por haber logrado su cometido, al pie de una hermosa cascada, vio cernirse sobre ella la amenazante figura del cóndor, quien le exigió abandonara la preciada flor. Ante la negativa de Amancay, propuso a ésta que le dejase en cambio su corazón, lo cual aceptó la joven sin titubear.
Alejose el rey de las alturas con el pequeño corazón entre sus garras, emprendiendo vuelo hacia su morada, tiñendo de gotas rojas su camino, con la sangre que manaba del corazón.
Y en aquellos lugares regados y vivificados con la sangre de aquella indiecita, fue floreciendo una preciosa flor de varios pétalos, bella como su origen, teñida con gotas rojas de la sangre que había sido derramada en ofrenda de aquel sentimiento, queriendo pregonar de esta manera, un mensaje de amor por todos los valles y montañas de la cordillera.

viernes, 18 de octubre de 2019

Entre los berruecos
del valle nevado,
en tropel sonoro
pasan los guanacos,
con la grupa llena
de copitos blancos.

 Ágiles los remos
 nerviosos; y el largo
pescuezo
estirado.

 El hambre y la nieve
los trae hasta el llano,
con sus negros ojos
 tristes, dilatados
y húmedos de espanto.

 En tropel sonoro
 pasan los guanacos.